La otredad

La capa del consumismo se hace menos densa cuando interactuamos menos y por lo tanto, mostramos menos. El ego tiene menos herramientas con las qué jugar.

Cuando el velo se hace menos compacto podemos ver al lado. Podemos ver al otro pero esta vez más cercano, más igual porque la pandemia mostró lo indefensos que somos. Aún así el privilegio que ostentamos, pues siempre hay alguien peor (naturaleza de la vida, si) pero en su mayoría olvido e indiferencia humana.

En nuestro mundo masacran, desplazan, torturan y visten de criminal injustamente a seres como nosotros, a inocentes con sueños, miedos, habilidades, amigos, familia y amor.

En nuestra “humanidad” es normal porque nos convencieron de que estamos los unos y están los otros, donde los últimos quizá se buscaron su destino, son otros y por eso qué importa, no es mi asunto ¿Para qué buscarme lo que no se me ha perdido? ¿Qué gano ahí?

Por otro lado, pero del mismo lado nos quieren hacer ver que somos iguales ¿En qué? En vendernos como materia de consumo, en producir dinero, en salir y alimentar el capitalismo hoy disfrazado con poemas y flores pero que en esencia es el mismo. En eso si no podemos ser distintos.

Pero no podemos ser iguales para merecer un vaso de agua limpio, para tener un techo, una nacionalidad (ver Myanmar) una religión (ver Xinjiang) pero si debemos serlo para alimentar empresas y un sistema que no ha hecho más que dividirnos en los “ignorantes” y “pobres” desdichados con los honorables y civilizados luchadores listos para “producir”.

Impusieron su sistema en donde ya existían otros ya útiles, dibujaron fronteras en territorios que no las requerían, cambiaron mapas y ocasionaron guerras y masacres étnicas, robaron y roban recursos, ponen mandatarios, satanizan cultos y formas de ver al mundo.

Nos hicieron diferentes los unos con los otros sin que antes fuera así, se usó un color, una lengua una religión y quien sabe qué más para así generar las herramientas perfectas para gobernar, dividir y masacrar. Para imponer una única verdad, para justificar barbaries.

Aún así también nos venden la solución: movimientos que buscan la igualdad de algunos pero no de todos. Imponen una solución a la injusticia sin preguntarse si antes de ella ya existían formas de resolver la vida en un lugar que no fuera un occidente que coloniza desde la forma de vestir hasta la forma de sentir.

Tal vez más que nunca el hambre no da espera, podemos ver al otro como un igual o satanizarlo por alguna etiqueta y culparlo de nuestras desdichas. Porque el mundo de la información a la mano es cada vez más un mundo de analfabetas que solo pueden leer lo que se acoja a la ideología y más con tecnología de algoritmos que nos infla el ego de creer estar en lo correcto. El otro, del bando opuesto no merece ser humanizado, no merece derechos, quizá sin él o ella este mundo es un mucho mejor.

Pero así como para mí, el otro existe yo soy un otro para otro y el poder se impone del lado con mejores recursos y unos con los otros nos terminaremos oprimiendo entre sí, nos terminaremos extinguiendo.

¿Que si lo merecemos? No, no lo merecemos. Lo que si debemos extinguir es la mente tribal que nos lleva a aceptar la opresión y el olvido sistemático hacia otro y hasta de algunos unos. Así, la catástrofe al fin y al cabo nos terminará cobijando a todos. Porque estamos enfermos por un analfabetismo selectivo. Ya no leemos, ya no pensamos, solo engullimos lo que el uno nos indica y nos lo comemos más a gusto si ataca o se mofa del otro.

Escrito en la melancolía en tiempos de COVID.

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Published by Johanna

Colombian Muslim passionate for Humanitarian issues.

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